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Cumbres y llanuras

Es interesante como los humanos usamos el tiempo. Tomamos una 365ava parte, lo resaltamos en amarillo fluorescente y lo llamamos nuestro «cumpleaños«. Otros fragmentos se definen como «aniversario de casamiento«, «vacaciones» y un surtido de fiestas y días para recordar. A cada uno le asignamos felicidad, , relajación, tristeza…

En lugar de aprender a unir nuestras vidas con su flujo, preferimos sólo relacionarnos con los pedacitos. En lugar de conectarnos a la totalidad de tiempo, nos enfocamos en los pocos segmentos pequeños, a los cuales atribuimos un poco de calidad o función.

Buscamos algo especial. Todo lo demás sólo «está», y como a tal, indigno de nuestra energía o atención. Para la psique humana, la rutina es sinónima de aburrimiento, regularidad de vacío.

¿Realmente somos así? Sí, pero sólo en la superficie. Cave más profundamente, y encontrará las áreas de verdadera satisfacción en nuestras vidas, las cosas que más valoramos son la rutina, la constancia. Conscientemente, buscamos lo especial; inconscientemente (más correctamente, supra-conscientemente) nuestros esfuerzos más profundos son por lo constante.

El alma se relaciona con este tiempo espiritual.

Empleando nuestro sentido de la «ocasión» los ordenamos de la siguiente manera: Shabat se inserta como una burbuja de tranquilidad en el batir incesante de nuestra vida; Pesaj introduce la libertad en nuestras vidas, Rosh Hashaná nos imbuye con el temor, Simjat Torá nos vigoriza con la alegría. Tenemos mitzvot de una vez-a la-semana, mitzvot de una vez-al-mes, mitzvot de una vez-al-año, incluso mitzvot de una vez-en-la-vida. La rareza con la cual ocurren las hace «eventos especiales» en nuestras vidas, y como tal, más significativas e impactantes.

Y luego están las mitzvot «regulares» –la plegaria, el estudio de Torá, tefilin, kashrut–eso se entreteje en la rutina de nuestras vidas. Éstas aseguran que nuestro ser espiritual no se eleva/desaparece en la sublimidad de «lo especial», sino que de hecho es una parte básica de nuestro propio ser a diario.

Hay un mitzvá, sin embargo, que se asienta en ambos modos de tiempo, dibujando en ambos lo especial de la ocasión y la realidad de lo regular.

Esta mitzvá es la «Cuenta del Omer» con la que re-experimentamos anualmente el viaje espiritual de 49 días de nuestros antepasados, del Éxodo a Sinai. Cada tarde, durante siete semanas, desde la segunda noche de Pesaj hasta la víspera de Shavuot, ponemos en palabras la cuenta de los días, reconociendo la contribución única de cada día hacia un esfuerzo de perfeccionar los 49 poderes de nuestras almas y volvernos receptáculos para el regalo divino de la Torá.

Como una mitzvá asociada con un tiempo particular en el año, la Cuenta del Omer evoca en nosotros el sentido de la ocasión que es el sello de una mitzvá temporal. Al mismo tiempo, por un periodo que se mide por siete semanas, este evento anual se vuelve una rutina en nuestros horarios diarios.

En eso también radica lo especial del mes de «Iar» que comienza aproximadamente una semana después de la fiesta de Pesaj. Todo el mes de Iar entra en la cuenta del Omer. Esto significa que mientras los otros meses del año judío sirven como fondo durante sus días especiales, el mes de Iar con sus días es especial. En otros meses hay «cumbres» espirituales rodeados por una «llanura de rutina«, en Iar, lo cotidiano es especial y lo especial es rutinario.

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