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¿Por qué nos duele?

El ayuno de Tisha beAv, es el día en que se destruyeron ambos Templos, así como muchos otros eventos trágicos en todo el galut (exilio). Es nuestro día nacional de luto y hacemos una pausa para reflexionar sobre los pogroms, cruzadas, inquisiciones y holocaustos que acosaron a nuestra nación durante los últimos 2,000 años. Pero, se observa en la fecha en que los Templos fueron destruidos, y éstos son el foco principal del luto. Nuestro sufrimiento está íntimamente asociado con la ausencia del Templo.

 

¿Por qué la obsesión por una antigua estructura de Jerusalem? El Talmud declara: Cuando los judíos entran a sus sinagogas y proclaman: “Que Su gran Nombre sea bendecido”, el Santo, bendito sea Él, asiente y dice: “Afortunado es el rey que es alabado de esta manera en Su hogar. ¿Qué hay para un padre que ha exiliado a su hijo? Y ¡ay de los hijos que han sido exiliados de la mesa de su padre!

 

Esta breve declaración captura la esencia misma de galut.

 

Las relaciones entre padres e hijos comparten las cualidades de todas las relaciones: respeto, amor, cuidado. Mas existe una diferencia esencial. Otras relaciones se basan en los sentimientos mencionados: porque me gustas y me importas, somos amigos. En la relación padre-hijo, lo contrario es cierto; estos sentimientos se basan en la relación: porque soy tu padre / hijo, te amo.

 

La relación padre-hijo posee dos aspectos; Su esencia y sus manifestaciones. Su núcleo es la relación esencial que es inmutable y que no está sujeta a fluctuaciones. Un padre siempre será un padre y el hijo de uno sigue siendo el hijo de uno. En una relación saludable entre padres e hijos, esta conexión central del alma se expresa en forma de amor, cuidado y respeto mutuo.

 

Di-s es nuestro padre, y nosotros sus hijos. Y durante el galut constituimos una familia disfuncional. Fuimos expulsados ​​de la Casa de nuestro Padre. Nuestra relación se ha reducido a su núcleo. Todas las huellas perceptibles han desaparecido. No sentimos ni vemos el amor de Di-s por nosotros, y no nos sentimos como sus hijos. Estudiamos Su Torá y seguimos Sus mandamientos, y se nos dice que al hacerlo nos conectamos con Él, pero no sentimos que estemos en una relación.

 

Así no debería ser la relación, y no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que fuimos mimados por nuestro Padre. Su amor se manifestó en milagros, profetas, abundantes bendiciones y una tierra que fluye con leche y miel. Y en el punto crucial de nuestra relación estaba el Templo Sagrado, la casa de  Di-s donde Él literalmente habitaba entre Su pueblo, Su presencia era tangible. Tres veces al año los judíos visitaban la casa de Di-s y sentían Su presencia. Luego regresaban a casa vigorizados por la experiencia, sus corazones y almas ardían con amor por Di-s.

 

El sufrimiento que ha sido nuestro destino desde el día en que se destruyó el Templo es el resultado de nuestro estado de exilio. Cuando el hijo del rey reside en el palacio, y el amor del rey por el príncipe se manifiesta, el niño está aislado de todos sus enemigos. Pero cuando el niño es expulsado, los enemigos saltan.

 

Por eso lamentamos la destrucción de los Templos.

 

Y creemos con perfecta fe que el día está cerca, cuando regresaremos a la Casa de nuestro Padre y una vez más seremos abrazados por su amor.

 

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