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Encendamos la oscuridad

En “la antigüedad”, no había luces eléctricas en las calles. Había faroles de querosén en cada esquina cuya luz permitía que el caminar a través de las calles fuera menos amenazante. Encendedores de faroles o faroleros, caminaban de lámpara en lámpara con una antorcha, encendiendo su llama.Incluso en el frío y la oscuridad, estas figuras solitarias hacían su camino a través de la noche, dejando una senda de luz detrás de ellos.

Nosotros somos también faroleros, con la misión de iluminar el mundo con la luz de la Torá y su Mitzvot. Aunque este tema siempre es pertinente, en ciertos momentos su importancia resuena más enérgicamente que otras.Janucá es una de esas veces. Cuando colocamos nuestras Menorot (candelabros) cerca de las puertas o ventanas de nuestras casas con la intención de volcar la luz en la oscuridad, llevamos un mensaje al mundo: “La oscuridad es temporal. Con un poco de luz puede desterrarse” .El Anterior Rebe de Lubavitch decía a sus jasidim: “Debemos escuchar cuidadosamente lo que las velas de Janucá están diciendo”. Pues la luz de las velas de Janucá apunta hacia muchas metas importantes.

Primeramente, las luces de Janucá deben encenderse después del ocaso y deben arder en la noche.

Las velas nos enseñan a no aceptar la oscuridad como realidad, sino encender luz. Es más, ponemos las velas en nuestras puertas o en nuestras ventanas, indicando que no debemos permanecer satisfechos con iluminar nuestras propias casas. En cambio, debemos extender la mano y la luz hasta lo máximo de nuestras posibilidades, iluminando el dominio público.

Yendo más allá: En cada noche de Janucá, agregamos al número de velas encendido en la noche anterior. Implicando que todavía no podemos sentarnos y descansar en nuestros laureles. En cambio, debemos aumentar nuestros esfuerzos todos los días para extender la luz a lo largo del mundo. Aunque iluminamos nuestro ambiente en la noche anterior, no podemos permanecer satisfechos, sino que debemos esforzarnos por hacer una contribución aún más extensa.

Janucá se celebra durante ocho días, un número que nuestros Sabios asocian con la era de la Redención. ¿Qué hay de especial y único en el número ocho? El orden natural se estructura en los juegos de siete: hay siete días en una semana; siete años en el ciclo agrícola observado en la Tierra de Israel. Ocho representa un paso sobre ese ciclo. En la esencia de ‘ocho’ la unidad trascendente de Di-s supera el juego de la naturaleza que se revela en el siete.

Aunque conectado con la unidad, ocho no es uno. La idea no es que la infinidad se revelará de manera que disimule completamente el armazón material en el que vivimos en el presente. En cambio, 8 es 7+1, es decir, Su unidad penetrará al siete, el juego de la naturaleza. Apreciaremos cómo la verdad de nuestra propia existencia es Divinidad. Lo trascendente se investirá dentro de la estructura de nuestra esfera mundana.

Este mensaje es irradiado por la luz de las velas de Janucá. Ellas evocan el arder milagroso de la Menorá del Templo y nos inspira con el conocimiento que la Menorá se encenderá pronto de nuevo, extendiendo Divinidad abiertamente a lo largo del mundo.

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