
De las palabras del Rebe de Lubavitch.
La porción de la Torá de Balak, contiene la famosa profecía de Bilaam, el profeta gentil que fue contratado para maldecir a los judíos, pero que terminó bendiciéndolos. “Porque desde la cima de las rocas lo veo, y desde las colinas lo miro”, comenzó Bilaam.
Toda la profecía de Bilaam está expresada en simbolismo. Rashi, el gran comentarista de la Torá, explicó el significado de las palabras de Bilaam: “He recordado su comienzo y los orígenes de sus raíces: veo que son tan estables y seguros como estas rocas y colinas, debido a sus patriarcas y matriarcas… “
La Torá misma nos dice que la profecía de Bilaam es alegórica, precediendo sus palabras con el versículo: “Y él tomó su parábola y dijo”. Bilaam, por lo tanto, no solo estaba describiendo la ubicación física donde se encontraba, sino que también expresaba un concepto más profundo, perteneciente a un atributo vital del pueblo judío. Pero, ¿por qué era necesario que Bilaam recurriera a alusiones y no pudo haber dicho exactamente lo que quería decir? En general, los términos alegóricos son necesarios sólo cuando el tema no se presta a la terminología “regular”.
Los conceptos profundos a veces son difíciles de expresar en un lenguaje simple. En tales casos, una alegoría es la más adecuada para expresar estas ideas. Bilaam, con su don de profecía, pudo discernir la fuerza eterna y el poder del pueblo judío. “Rocas” y “colinas” eran lo más cerca que podía llegar a expresar esto en términos humanos. Era necesaria una alegoría porque la fuerza única del pueblo judío, la herencia de sus antepasados, es diferente a cualquier otra fuerza en el mundo, porque es la fuerza del espíritu y del alma judía.
Cuando se habla de materia física, cuanto más grande y sustancial es un objeto, más fuerte se percibe que es. Pero la fuerza del pueblo judío no reside en su poder físico, sino que es directamente proporcional a la profundidad de su sumisión a Di-s. La verdadera fuerza de un judío reside en su capacidad de auto sacrificio, su voluntad de renunciar a su propia vida por Di-s si es necesario.
Cada judío, cuando se somete a la prueba final, no está dispuesto a ser separado de su Fuente ni siquiera por un minuto.
Este poder espiritual es lo que distingue a la nación judía de todas las demás, y afirma: “Porque es un pueblo que vive solo y no está considerado entre las naciones”. Esta fortaleza espiritual es la herencia de todo judío, que se transmite de nuestros patriarcas y matriarcas.
A diferencia de las características físicas que fluctúan de generación en generación, esta herencia sigue siendo tan fuerte hoy como lo fue hace miles de años, ya que proviene de una santidad que es eterna y no está sujeta a cambios.