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El Tercero

Hace años, los judíos en la Tierra de Israel dependían de la generosidad de sus hermanos de la diáspora. Para ese fin, viajaban emisarios a Europa visitando a judíos locales y solicitando fondos.

Una vez, un emisario llegó a una ciudad y recibió una cálida bienvenida. Un miembro prominente de la comunidad se ofreció para acompañarlo en sus rondas de casa en casa.

Caminaron a través del barrio judío pidiendo donaciones. Nadie se negó a contribuir. Las sumas variaban según las circunstancias financieras, y todos estaban felices de ayudar. El emisario notó que se saltearon una mansión y preguntó por qué. “Es una pérdida de tiempo”, le dijo. “El hombre es un avaro. Nunca ha dado caridad”.

“Tenemos que intentarlo”, insistió el emisario.  Llamaron a la puerta, que fue abierta por el rico. “¡Buen día!” Dijo alegremente el emisario. “¿Podemos hablar?”

“Usted puede hablar, pero si vino por una donación, está perdiendo el tiempo”, dijo el mezquino con sequedad.

Pero el emisario no se rindió. “Obviamente eres un hombre rico. ¿No quieres ayudar a los judíos pobres de Israel?

“Mi dinero me pertenece”, declaró el avaro. “Trabajé duro y ahorré cada centavo. Me niego a entregar el fruto de mi trabajo a alguien que no hizo esfuerzo”.

El emisario lo miró con lástima. “Tienes razón, es tu dinero”, admitió. Antes de irse, agregó en voz baja: “Parece que vas a ser el tercero”.

El avaro cerró la puerta con las palabras del emisario haciendo eco en sus oídos. ¿Qué quiso decir? Tenía que averiguarlo.

Al día siguiente, el avaro buscó hasta que encontró al emisario de Israel.”¿Qué quisiste decir con que yo sería el tercero?”

El emisario sonrió. “¿Cómo esperas que comparta mi sabiduría contigo por nada? También trabajé muy duro para adquirirla”.

El avaro aceptó pagar por la respuesta. Abonó una suma tres veces mayor de lo que solían dar los ricos, y se realizó la transacción.

“Te contaré una historia”, comenzó el emisario. “Hace muchos años, vivía un hombre que era tan mezquino como rico. Se negaba a casarse, para que la esposa y los hijos no agotaran sus finanzas.

El hombre trabajó muy duro toda su vida y amasó una fortuna. Antes de fallecer, ordenó a la Sociedad de Entierros que lo enterrara con todo su dinero. Su último deseo se llevó a cabo, y no quedó ni un centavo fuera de la tumba. El ángel a cargo del difunto vino a acompañarlo a la Corte Celestial.

“¿Estudiaste Torá? le preguntaron. ‘No’, fue su respuesta, ‘era un hombre de negocios’.

“‘¿Apoyaste a organizaciones benéficas?, los jueces lo instaron, ¿qué buenas acciones realizaste con tu dinero?’

“‘No hay de qué hablar’, respondió el hombre. ‘Traje todo mi dinero conmigo”.

“Aquí el dinero no tiene valor. Lo que vale son las mitzvot” le dijeron. Después de mucha discusión, los jueces notaron que solo había un precedente en la historia, cuando el rico y rebelde Koraj fue tragado por la tierra con todas sus riquezas. Al final, se decidió que el avaro, que también había sido enterrado con su dinero, fuera enviado para hacerle compañía. El solitario Koraj estaría encantado.

“Pero es muy difícil pasar tanto tiempo entre dos personas”, continuó el emisario. “Estoy seguro de que Koraj y su amigo ya están aburridos y darían la bienvenida a un tercer amigo. Cuando te encontré, pensé: “Tal vez su aburrimiento pronto se alivie. Pero ahora que me has dado tu donación, creo que Koraj y su amigo tendrán que esperar un poco más”.

Desde ese día, el antiguo avaro fue siempre el primero en contribuir a todas las causas caritativas.

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