
Pesaj comenzaba dentro de pocos instantes.
Corría el año 1958. Yo tenía 16 años y tenía que volver a casa en el Bronx. Si bien estaba en la zona, el tren en el que viajaba sufrió un desperfecto. Pregunté a un alma caritativa sobre mi dirección de destino y me dijo: “¡Hijo,tienes un largo camino aún!”
Horas antes, había estado parado en la fila para recibir Matzot de las manos del Lubavitcher Rebe, un regalo espiritual para Pesaj. Esa misma tarde, un grupo de estudiantes de la ieshivá acababa de terminar la cocción de estas últimas Matzot para el Seder. El libro místico, Zohar, explica que la Matzá es el “pan de fe,” y comiéndolo se nutre el alma.
Una vez llegado mi turno, el Rebe me entregó mi Matzá y me preguntó si podía llevar unas Matzot a una familia. Claro que lo haría.
Ahora, minutos antes de la festividad, me encontraba buscando la dirección para cumplir la misión.
Lo mejor hubiera sido que tomara un taxi desde la estación del subte, le pidiera al chofer que esperara, entregara la matzá, y llegara a casa a tiempo para nuestro Seder familiar. Pero era demasiado tarde para tomar un taxi. Encontré la dirección que resultó ser un proyecto de albergue para ciegos. Golpeé la puerta y vino un hombre sin camisa, tatuajes y una barriga enorme.
“Perdón, usted es el Sr. Fulano de Tal?” pregunté.
“Sí” dijo.
Noté la hogaza de pan de centeno en medio de la mesa, definitivamente no se trataba de una comida de Seder tradicional. Dije: “El Rebe me envió”.
“¿El Rebe? Oh, por favor, entre” dijo.
En la cocina diminuta había una mesa pequeña, algunas sillas y un plato caliente. Yo mismo no entendía lo que estaba haciendo allí, entregando la Matzá a una familia que no estaba celebrando Pesaj.
Le pregunté al hombre si quería realizar un Seder.
Estuvo de acuerdo y llamó a su esposa. Ella entró, visiblemente embarazada, con dos pequeñas niñas, quizás de cinco o seis años. Ambas niñas eran ciegas.
Limpiamos la mesa. Puse una kipá en la cabeza del hombre y comenzamos el Seder. Intenté recordar las bendiciones en el orden apropiado, pero era difícil sin una Hagadá. Comimos la Matzá y usamos agua y vasos de cartó para evocar las cuatro copas de vino. Intenté pensar lo que el Rebe haría si estuviera en mi lugar. Empecé a decirles algunas cosas que había aprendido del Rebe. Les dije que tenemos que tener fe. En esta noche, Di-s liberó a nuestros antepasados de la esclavitud, y Él nos liberará, también. Ellos parecían absorber cada palabra.
Les dije que en Pesaj, salimos de nuestro Egipto personal a la libertad, y que Di-s no pone sobre nuestros hombros más de lo que podemos llevar. Una vez que lo sabemos y lo creemos, nos liberamos.
Cantamos las canciones con las niñas y el tiempo voló. A la 1:00 de la mañana, la mujer puso a las niñas a dormir y tenía que preguntarle al hombre cómo conoció al Rebe. Resultó ser que era un curtidor de cueros y conocía a un rabino que trabajaba en otra sección de la planta.
La esposa del curtidor había quedado nuevamente embarazada. Existía una fuerte posibilidad de que este niño, también, naciera ciego, por lo que su doctor recomendó un aborto. El hombre estaba muy deprimido y no sabía qué hacer. Le preguntó a este rabino, que sugirió que escribieran una carta al Rebe de Lubavitch. El Rebe les respondió que debían tener fe en Di-s y tener el niño.
Cuando estaba a punto de salir, el hombre dijo: “Mi esposa y yo no estábamos seguros acerca de esto. ¿Cómo se supone que tenemos que tener fe? ¿Cómo se supone que debemos tener esperanza? Pero esta noche, oyéndote hablar de la fe y cómo Di-s nos da la fuerza para superar nuestro Egipto personal, entendemos.”
Su hijo nació con la visión perfecta. Con el tiempo, perdí el contacto con la familia, pero después de años supe que las hijas se habían casado y que cada una tenía varios niños, y todos veían a la perfección…
Describir el amor del Rebe por cada iehudí es imposible. Por eso, decidí escribir esta nota.
por el Rabino Boruj Shlomo Cunin