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Un momento de emoción

 

Hay muchos momentos en la vida que nos llenan de emoción. Los personales, por supuesto, que están relacionados con nuestra propia vida y la de nuestros seres más queridos. Desde la niñez vamos acumulando esas vivencias que nos sensibilizan.

A medida que crecemos, esos sentimientos son más intensos. El día del propio Bar o Bat Mitzvá, el momento en que nos graduamos, nuestra boda. Pero seguramente los más fuertes están conectados con nuestra descendencia. El nacimiento de un hijo, el verlo crecer, la primer sonrisa, los primeros pasos, el primer día del jardín de infantes, la primera vez que van solos a la escuela…
(Cuando nuestro hijo mayor salió por primera vez en bicicleta rumbo a la casa de su maestra particular, mi esposo y yo lo despedimos, y nos quedamos mirándolo hasta que dobló la esquina. Cuando nuestras miradas se cruzaron, descubrimos que ambos llorábamos de emoción).
Pero por sobre todas las cosas, somos iehudím. Y eso nos otorga momentos supremos, absolutamente conmovedores. Uno de ellos
es el Brit Milá (circuncisión) de cada bebé judío. Esta ceremonia no es simplemente emotiva para los familiares directos de la
criatura. Incluso cada uno de los participantes se muestra feliz y conmovido. Las rostros felices de la familia, la sonrisa de los invitados, el llanto del bebé, las lágrimas de la mamá, el orgullo del papá, el fuerte mazal tov luego de la ceremonia.
La colocación del nombre hebreo, que será el conducto a través de cual le llegará la energía Divina a su alma. Todo, absolutamente todo, nos lleva a la emoción.

¿Por qué tanta conmoción?
Porque el Brit Milá está conectado con nuestra historia. Más aun, es una parte esencial de la existencia del pueblo judío. Abraham, el patriarca, y Sara, nuestra matriarca, fueron los primeros padres judíos que realizaron orgullosos la primera ceremonia de Brit Milá de su hijo- el pequeño Itzjak- a la edad de 8 días. Pero sus invitados participaron de la misma, no precisamente para compartir su alegría. No era nada fácil ser el primero, abrir el camino a pesar de las críticas. Pero Abraham estaba muy seguro de lo que hacía.
El mismo se había practicado el Brit Milá a los 99 años. Pero en cuanto a la descendencia era diferente. La orden Divina exige que se realice sin esperar la aceptación del propio niño. Había muchas preguntas que nuestro Patriarca tenía que responder, muchas críticas que debía soportar. Pero con fe extrema. Él y su esposa, hicieron lo que Di-s les ordenó. Y desde entonces, hace miles de años, que practicamos Brit Milá a cada varón el octavo día.
Y en medio de esa emotiva ceremonia, que venimos haciendo a pesar de las persecuciones, holocaustos y calumnias, luego de que el
mohel (la única persona capacitada para realizarlo) pronuncia una bendición, el padre consagra: “Bendito eres Tu Di-s… que nos
santificaste con Tus preceptos y nos ordenaste ingresarlo (al niño) al Pacto de Abraham nuestro Patriarca”. Siempre en ese momento hay un clima especial. Se percibe una vivencia mística. Será por la fuerza de las palabras, será porque ese padre con este acto confirma que está de acuerdo con su propio Brit Milá (que le fue practicado cuando aun no podía opinar), o porque a través de efectuarla, ese niño es como el primer hebreo. Será también por la presencia del profeta Eliahu, que testimonia cada circunsición. Los presentes asienten y auguran una vida plena de judaísmo y buenas acciones. Imagino además, que hay un invitado que
sonríe y siente que su lucha no fue en vano: Abraham Avinu.

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